"El TEATRO DEL MUNDO"

Fuente: Atlas Le Monde Diplomatique. Octubre 2006

El extraordinario éxito del anterior, publicado en 2003 y reproducido en varios países latinoamericanos, se sumó a su magnífica recepción en otras lenguas y países y sirvió de estímulo para confeccionar este nuevo volumen, organizado alrededor de otros temas. El texto que sigue es el prólogo, escrito por el director de Le Monde diplomatique de Francia, Ignacio Ramonet.

 

En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, esos Mapas Desmesurados no satisfacieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él.
Jorge Luis Borges (1)

En materia de cartografía, la excesiva minuciosidad, ¿ayuda a percibir mejor la complejidad de un territorio? La respuesta, evidentemente, es negativa, pues aquí, como en otros terrenos, lo mejor es enemigo de lo bueno. Jorge Luis Borges lo demuestra con ironía en su breve parábola. Si el cartógrafo pretendiera consignar todo, acabaría en el absurdo: una geografía tautológica, una maqueta a escala 1/1, un “modelo reducido” que coincidiría totalmente con el tamaño desmesurado del mundo real... En síntesis, una simple reproducción, una copia que, más allá de la proeza material (por supuesto, imposible de cumplir), no tendría nada de científico, pues le faltaría lo esencial: la interpretación de la realidad. Cuando el mejor modelo de un fenómeno es el propio fenómeno, la ciencia muestra su impotencia y su intervención resulta superflua.

Un proverbio chino dice que Dios inventó el gato para que los hombres pudieran acariciar al tigre. Podríamos decir, parafraseando esa máxima, que la Razón inventó el mapa para que el hombre pueda tener el mundo en sus manos... Como una especie de bonsai plano del universo. Y ello, no con el único objetivo de satisfacer un cierto sentimiento megalómano de poder y de dominación, como el Hitler encarnado por Charles Chaplin en la película El Gran Dictador, sino también con el deseo de adquirir conocimiento y saber; para acabar con los laberintos del mundo desconocido.

Algunos historiadores afirman que los primeros esbozos de croquis cartográficos, destinados a conservar información sobre los puntos de referencia estables que jalonaban un itinerario, serían anteriores a la invención de la escritura. En el British Museum de Londres se exhiben tablillas de arcilla que datan de treinta siglos antes de Jesucristo y que prueban que ya en esos tiempos lejanos se procuraba contar con instrumentos para fijar los conocimientos geográficos. Como siempre, con dos objetivos principales: el comercio y la guerra.

Tras las grandes exploraciones marítimas, que en treinta años (entre 1492 y 1522) habían conducido al “descubrimiento” del Nuevo Mundo por Cristóbal Colón y a la circunnavegación de la Tierra por Hernando de Magallanes y Sebastián Elcano, los datos geográficos cambiaron totalmente. Se hicieron necesarios nuevos sistemas de representación. Fue la época de oro de la cartografía clásica. Se impuso la costumbre de reemplazar el término “cosmografía” por el de “teatro”. En el siglo XIX, en todas partes, en Francia, en Inglaterra, en Alemania, en Rusia, los militares se apoderaron de la “ciencia geográfica” para trazar, con la ayuda de ingenieros geógrafos, los “mapas del Estado Mayor”, y los “mapas de campo” o “teatro de combate”, con lo que se confirmaba la verdadera función política de los mapas: “ofrecer al monarca la representación del territorio sobre el que posee autoridad, para garantizar su defensa y su administración” (2).

Nuevos paradigmas

Pero la cartografía –como la geografía– no sirve al único propósito de hacer la guerra. También aspira, actualmente, a tornar visibles ciertas realidades no percibidas del mundo contemporáneo, más numerosas de lo que se cree. Así, paradójicamente, a pesar del fulgurante desarrollo de la comunicación y de la multiplicidad de las fuentes de información, seguimos viviendo en un mundo en buena medida desconocido. No en el sentido en que lo entendían los viajeros y los exploradores de antaño, sino porque no siempre percibimos las relaciones y las interacciones entre fenómenos pertenecientes a distintos ámbitos. Por ejemplo, la economía y la ecología, o el comercio y la acción militar, o el medio ambiente y los movimientos sociales, o la historia y los conflictos entre los hombres.

El fin de la Guerra Fría (1947-1991) acentuó el sentimiento de hallarnos ante un mundo nuevo, percibido como más amenazante, no sólo porque resultaba menos conocido, sino porque ya nos habíamos familiarizado con los parámetros y los paradigmas que caracterizaban el período anterior (no menos peligroso, sin embargo, si se considera, entre otras cosas, la amenaza atómica).

De allí la necesidad de disponer de informaciones indispensables en todos los terrenos (económico, social, político, cultural, ideológico, militar, ambiental, etc.) para aprehender mejor la realidad –en muchos casos poco visible– de la vida de los pueblos y de las naciones. A causa de la inmensa cantidad de datos y de su complejidad, cada persona –estudiante, profesor, periodista, político, militante social– necesitará recurrir a un trabajo de síntesis que, abordando de la manera más seria posible los diferentes puntos de vista, se esfuerce por tornarlos accesibles a la mayoría de la gente. Esto no puede ofrecerlo ni la prensa diaria, ni la radio, ni la televisión, ni internet, aun cuando se empeñaran en hacerlo honestamente, evitando manipulaciones de todo tipo.

De allí el carácter original e indispensable de Le Monde diplomatique, que siempre adjudicó un lugar y una importancia primordiales a la cartografía, un género periodístico que carece de sustitutos. Es también por eso que hoy ofrecemos a nuestros lectores este nuevo Atlas (3) que se propuso cumplir, en la mayor medida posible, con un objetivo específico: convocar a los mejores especialistas en todas las disciplinas, desplegar un minucioso trabajo de presentación sintética, elaborar textos, pero también brindar un gran despliegue de mapas, cuya concepción responde a la reflexión colectiva y profunda del equipo de nuestro periódico y de sus colaboradores... Para que en este nuevo teatro del mundo, finalmente descifrado, cada uno de nosotros pueda representar plenamente su papel.◊

1 Jorge Luis Borges, “Del Rigor en la Ciencia”, en El Hacedor, Obras Completas, Emecé Editores, Buenos Aires, 1974.
2 Philippe Rekacewicz, “La cartografía: entre ciencia, arte y manipulación”, Le Monde diplomatique, edición chilena, junio de 2006.
3 El primer Atlas de Le Monde diplomatique, publicado en 2003, tuvo gran éxito; apareció en ocho idiomas y se vendieron más de 400.000 ejemplares.

I.R.